La paciencia de las hormigas
Recuerdo mi primera experiencia meditativa observando unas hormigas: no había nada más que esos diminutos insectos; mi atención se vio absorbida durante un tiempo por ellos.
Me di cuenta en esta ocasión, antes de tirar la foto de este hormiguero, de que las hormigas no buscaban comida, sino que salían constantemente, una tras otra, del agujero. Cada una portaba un granito de arena que iba dejando a los alrededores, en la superficie, dibujando de esta manera un pequeño montículo de arena que se formaba como un rosco colindante al hoyo. Así es como iban transformando las hormigas el terreno, como iban creando su guarida y marcaban huellas alrededor: granito a granito.
De la misma forma, nosotros habremos de entender que nuestras pequeñas acciones pueden tener una enorme repercusión con el paso del tiempo, y que, paso a paso, vamos transformando nuestro entorno y a nosotros mismos. Con la invasión repentina de las nuevas tecnologías, perdemos la paciencia y pretendemos obtener satisfacciones y objetivos cada vez más rápido. Se nos olvida que las grandes hazañas se obtienen con la madurez propia del paso lento, de dotar a cada momento de su sentido. Buscamos los efectos inmediatos de fármacos salvadores, de grandes panaceas que milagrosamente nos liberen de la desdicha. Pero nos olvidamos que hay todo un camino por transitar, cuya recompensa obtendrá el o la que sepa caminar sabiamente, con paciencia y cierta perseverancia desligada de cabezonería. La recompensa es el aprendizaje grabado a fuego en los huesos, dotada de mayor coherencia, desarrollo y juicio.
Como aquel cuento que conocí a través de Alejandro Jodorowsky, en el cual había un pequeño pueblo al que no le llegaba la luz del día, ya que las montañas alrededor impedían que el sol le tocara, y sus gentes estaban tristes y raquíticas. Un anciano subió con una cucharilla por el camino que llevaba a lo alto de la montaña. Cuando otro hombre le vio caminando con la cucharilla, preguntó al anciano a dónde iba. El anciano le contestó que a cavar la montaña. El hombre se rió de él, diciéndole que era imposible tal hazaña con ese diminuto instrumento. Y el anciano le contestó: "tienes razón, yo sólo no podré, ¡pero alguien tiene que empezar a hacerlo!"
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