Sólo un momento de tristeza, o de enojo, o de miedo, conscientemente sentido, absolutamente experimentado, profundamente saboreado e íntimamente tocado; no negado ni rechazado, no alejado ni descuidado, sino sostenido como a un recién nacido, abrazado como a un amante, lo cambia todo, porque precisamente en el corazón de aquello que temías, estaba escondida la tan anhelada y soñada gracia, justo en esos momentos tan privados.


Jamás encontrarás un centro oscuro en el corazón de la tristeza, ninguna energía destructiva en el vientre de la ira, nada ‘anti-vida’ en el núcleo del temor, si es que estás dispuesto a quedarte un momento allí. Los límites imaginarios entre ‘yo’ y ‘mis emociones’ se disuelven, y sólo queda energía de vida pura, nunca dividida de sí misma. Cualquier emoción es la puerta de entrada a esta revelación, y nuestros enemigos internos son sólo los mensajeros de la infinidad, ingeniosamente disfrazados.


Jeff Foster

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