Crisis, conciencia y pensamiento
Extracto de "Sobre el aprendizaje y la sabiduría" de Jiddu Krishnamurti
Hemos aprendido un oficio o una profesión, y nuestra mente consciente está funcionando en ese nivel, mientras que debajo se encuentra la mente inconsciente. La conciencia es como un río ancho y profundo que fluye rápidamente. En la superficie suceden muchas cosas y hay numerosos reflejos, pero ese no es, obviamente, todo el río. El río es una cosa total, incluye tanto lo que está arriba como lo que está debajo. Lo mismo ocurre con la conciencia, pero muy pocos de nosotros sabemos lo que está ocurriendo debajo. Casi todos estamos satisfechos si podemos vivir bastante bien, con alguna seguridad y algo de felicidad en la superficie. En tanto tengamos un poquito de comida y de albergue, nuestra pequeña puja, nuestros pequeños dioses y pequeñas alegrías, nuestros entretenimientos superficiales, para nosotros está todo muy bien.
Debido a que nos satisfacemos fácilmente, jamás investigamos las profundidades, y quizá las profundidades son más fuertes, más poderosas, más apremiantes en sus exigencias que lo que sucede arriba. Hay, pues, una contradicción entre lo que se trasluce en la superficie y lo que ocurre debajo. La mayoría de nosotros se da cuenta de esta contradicción cuando hay crisis, porque la mente superficial se ha ajustado de manera muy completa al medio que la rodea. Esa mente ha adquirido la nueva cultura occidental con sus sistemas parlamentarios y todo eso, pero muy por debajo sigue existiendo el residuo antiguo, los instintos raciales, las motivaciones silenciosas que están exigiendo, apremiando constantemente. Estas cosas se encuentran hundidas tan en el fondo, que no solemos sentirlas, y no las investigamos porque no tenemos tiempo. Insinuaciones de ellas se proyectan a menudo como sueños en la mente consciente.
De modo que la mente es esa cosa total, pero la mayoría de nosotros se contenta con no hacer otra cosa que funcionar en la superficie. Sólo en momentos de una gran crisis tomamos conciencia de esta profunda contradicción que existe dentro de nosotros mismos, y entonces queremos escapar de ella, así que acudimos al templo, a un gurú, o encendemos la radio o hacemos cualquier otra cosa. Todas las escapatorias, ya sea por medio de Dios o por medio de la radio, son fundamentalmente la misma cosa.
(...)
Todo pensar es limitado, porque el pensar es la respuesta de la memoria -memoria como experiencia, memoria como acumulación de conocimiento- y esta memoria es mecánica. Siendo mecánica, el pensar no resolverá nuestros problemas. Esto no implica que debamos dejar de pensar. Pero se necesita un factor absolutamente nuevo. Hemos intentado diversos métodos y sistemas, diversos caminos -el camino político, el religioso- y todos ellos han fracasado. El hombre sigue debatiéndose en la desdicha, buscando en medio de la desesperación y, aparentemente, no hay término para su dolor. Debe haber, pues, un factor totalmente nuevo que no es reconocible por la mente.
Por cierto, la mente es la herramienta del reconocimiento, y cualquier cosa que la mente reconozca ya es conocida; por lo tanto, no es lo nuevo. Está aún dentro del campo del pensamiento, de la memoria y, en consecuencia, es mecánica. La mente debe encontrarse, pues, en un estado donde perciba el proceso de reconocimiento.
Ahora bien, ¿qué es ese estado? No tiene nada que ver con el pensamiento ni el reconocimiento; éstos son mecánicos. Es un estado, si puedo expresarlo así, de percepción y nada más; o sea, un estado de ser.
Casi todos nosotros somos personas triviales, con mentes muy poco profundas, y el pensar de una mente estrecha y superficial sólo puede conducirnos a más desdicha. Una mente superficial no puede convertirse a sí misma en profunda; siempre será superficial, mezquina, envidiosa. Lo que puede hacer es comprender el hecho de que es superficial y no hacer ningún esfuerzo para alterarlo. La mente ve que está condicionada y no siente el impulso de cambiar ese condicionamiento, porque comprende que cualquier compulsión para cambiar es el resultado del conocimiento, y éste es parcial. Por consiguiente, se halla en un estado de percepción. Percibe "lo que es". ¿Pero qué ocurre, por lo general? Siendo envidiosa, la mente ejercita el pensamiento para liberarse de la envidia, con lo cual crea lo opuesto: la no envidia, pero esto sigue estando dentro del campo del pensamiento. Ahora bien, si la mente percibe el estado de envidia sin condenarlo ni aceptarlo y sin introducir el deseo de cambiar, entonces se encuentra en un estado de percepción, y esa percepción misma genera un movimiento nuevo, un elemento nuevo, una calidad distinta del ser.
Vean, las palabras, las explicaciones y los símbolos son una cosa, y algo por completo diferente es el ser. Aquí nosotros no estamos interesados en las palabras; nos interesa el ser: ser lo que realmente somos, no soñar con que somos entidades espirituales, con el atman y todo ese disparate, lo cual se encuentra aún en el campo del pensamiento y, por ende, es parcial. Lo que importa es percibir lo que somos -envidiosos- y percibir eso totalmente. Y podemos percibir eso totalmente cuando no existe en absoluto el movimiento del pensar. La mente es el movimiento del pensar, y es también el estado en el que hay una percepción completa sin el movimiento del pensar. Sólo ese estado de percepción puede dar origen a un cambio radical en las modalidades de nuestro pensar, y entonces el pensar no será mecánico.
En ese estado de percepción alerta no hay opción alguna, y sólo ese estado puede resolver nuestros problemas.
Hemos aprendido un oficio o una profesión, y nuestra mente consciente está funcionando en ese nivel, mientras que debajo se encuentra la mente inconsciente. La conciencia es como un río ancho y profundo que fluye rápidamente. En la superficie suceden muchas cosas y hay numerosos reflejos, pero ese no es, obviamente, todo el río. El río es una cosa total, incluye tanto lo que está arriba como lo que está debajo. Lo mismo ocurre con la conciencia, pero muy pocos de nosotros sabemos lo que está ocurriendo debajo. Casi todos estamos satisfechos si podemos vivir bastante bien, con alguna seguridad y algo de felicidad en la superficie. En tanto tengamos un poquito de comida y de albergue, nuestra pequeña puja, nuestros pequeños dioses y pequeñas alegrías, nuestros entretenimientos superficiales, para nosotros está todo muy bien.
Debido a que nos satisfacemos fácilmente, jamás investigamos las profundidades, y quizá las profundidades son más fuertes, más poderosas, más apremiantes en sus exigencias que lo que sucede arriba. Hay, pues, una contradicción entre lo que se trasluce en la superficie y lo que ocurre debajo. La mayoría de nosotros se da cuenta de esta contradicción cuando hay crisis, porque la mente superficial se ha ajustado de manera muy completa al medio que la rodea. Esa mente ha adquirido la nueva cultura occidental con sus sistemas parlamentarios y todo eso, pero muy por debajo sigue existiendo el residuo antiguo, los instintos raciales, las motivaciones silenciosas que están exigiendo, apremiando constantemente. Estas cosas se encuentran hundidas tan en el fondo, que no solemos sentirlas, y no las investigamos porque no tenemos tiempo. Insinuaciones de ellas se proyectan a menudo como sueños en la mente consciente.
De modo que la mente es esa cosa total, pero la mayoría de nosotros se contenta con no hacer otra cosa que funcionar en la superficie. Sólo en momentos de una gran crisis tomamos conciencia de esta profunda contradicción que existe dentro de nosotros mismos, y entonces queremos escapar de ella, así que acudimos al templo, a un gurú, o encendemos la radio o hacemos cualquier otra cosa. Todas las escapatorias, ya sea por medio de Dios o por medio de la radio, son fundamentalmente la misma cosa.
(...)
Todo pensar es limitado, porque el pensar es la respuesta de la memoria -memoria como experiencia, memoria como acumulación de conocimiento- y esta memoria es mecánica. Siendo mecánica, el pensar no resolverá nuestros problemas. Esto no implica que debamos dejar de pensar. Pero se necesita un factor absolutamente nuevo. Hemos intentado diversos métodos y sistemas, diversos caminos -el camino político, el religioso- y todos ellos han fracasado. El hombre sigue debatiéndose en la desdicha, buscando en medio de la desesperación y, aparentemente, no hay término para su dolor. Debe haber, pues, un factor totalmente nuevo que no es reconocible por la mente.
Por cierto, la mente es la herramienta del reconocimiento, y cualquier cosa que la mente reconozca ya es conocida; por lo tanto, no es lo nuevo. Está aún dentro del campo del pensamiento, de la memoria y, en consecuencia, es mecánica. La mente debe encontrarse, pues, en un estado donde perciba el proceso de reconocimiento.
Ahora bien, ¿qué es ese estado? No tiene nada que ver con el pensamiento ni el reconocimiento; éstos son mecánicos. Es un estado, si puedo expresarlo así, de percepción y nada más; o sea, un estado de ser.
Casi todos nosotros somos personas triviales, con mentes muy poco profundas, y el pensar de una mente estrecha y superficial sólo puede conducirnos a más desdicha. Una mente superficial no puede convertirse a sí misma en profunda; siempre será superficial, mezquina, envidiosa. Lo que puede hacer es comprender el hecho de que es superficial y no hacer ningún esfuerzo para alterarlo. La mente ve que está condicionada y no siente el impulso de cambiar ese condicionamiento, porque comprende que cualquier compulsión para cambiar es el resultado del conocimiento, y éste es parcial. Por consiguiente, se halla en un estado de percepción. Percibe "lo que es". ¿Pero qué ocurre, por lo general? Siendo envidiosa, la mente ejercita el pensamiento para liberarse de la envidia, con lo cual crea lo opuesto: la no envidia, pero esto sigue estando dentro del campo del pensamiento. Ahora bien, si la mente percibe el estado de envidia sin condenarlo ni aceptarlo y sin introducir el deseo de cambiar, entonces se encuentra en un estado de percepción, y esa percepción misma genera un movimiento nuevo, un elemento nuevo, una calidad distinta del ser.
Vean, las palabras, las explicaciones y los símbolos son una cosa, y algo por completo diferente es el ser. Aquí nosotros no estamos interesados en las palabras; nos interesa el ser: ser lo que realmente somos, no soñar con que somos entidades espirituales, con el atman y todo ese disparate, lo cual se encuentra aún en el campo del pensamiento y, por ende, es parcial. Lo que importa es percibir lo que somos -envidiosos- y percibir eso totalmente. Y podemos percibir eso totalmente cuando no existe en absoluto el movimiento del pensar. La mente es el movimiento del pensar, y es también el estado en el que hay una percepción completa sin el movimiento del pensar. Sólo ese estado de percepción puede dar origen a un cambio radical en las modalidades de nuestro pensar, y entonces el pensar no será mecánico.
En ese estado de percepción alerta no hay opción alguna, y sólo ese estado puede resolver nuestros problemas.
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